Castromao

Castromao: Ecos de piedra en el corazón de Galicia

09/12/2023
Redacción
Sin comentarios

Imagínese usted, amigo lector, viajero infatigable del tiempo y la memoria, ascendiendo por las suaves colinas que custodian el valle del río Arnoia, allá en las Terras de Celanova. El aire huele a interrogantes  y el silencio solo es roto por el murmullo del viento que peina los toxos. Ante nosotros se alza, imponente y callado, un testigo de piedra que ha desafiado a los siglos: el castro de Castromao. Aunque a ojos del profano pueda parecer una  simple acumulación de ruinas, no lo es; se trata de un libro abierto, escrito con la caligrafía del esfuerzo, la resistencia y el enigma de un pueblo que se aferró a su identidad frente a las mareas imparables de la historia.

La llamada de la tierra: El alma Gallaeci

Retrocedamos juntos en el tiempo. Cerremos los ojos y escuchemos. ¿Oye usted el martilleo del herrero, el rumor de las conversaciones en una lengua que apenas podemos ya intuir, el llanto de un niño, el crepitar del fuego en los hogares circulares? Estamos en los últimos siglos antes de nuestra era, en el corazón de la cultura castrexa. Aquí, en este promontorio estratégico, los Gallaeci, ese pueblo indómito y orgulloso que pobló el noroeste peninsular, levantaron más que un poblado fortificado, un oppidum; erigieron un símbolo de su existencia.

Hombres y mujeres recios, acostumbrados a la dureza de la tierra y a la defensa de lo suyo. Sus viviendas, esas construcciones circulares y, más tarde, algunas rectangulares, se apiñaban tras murallas ciclópeas, buscando la protección mutua y la vigilancia del horizonte. Eran agricultores, ganaderos, artesanos… maestros en el trabajo del metal, como atestiguan los hallazgos de fíbulas y herramientas. Imagínelos usted, curtidos por el sol y el frío, observando desde las alturas el discurrir del río, fuente de vida y frontera natural. Su mundo estaba tejido de creencias ancestrales, de un profundo respeto por la naturaleza y, sin duda, de un código de honor que regía sus vidas. ¿Qué dioses invocaban al caer la tarde? ¿Qué leyendas susurraban junto al fuego en las largas noches de invierno? El misterio permanece, flotando entre las piedras como la niebla matutina.

El águila sobre el Arnoia: La llegada de Roma

Pero ningún rincón, por remoto que parezca, escapa a las corrientes de la historia. Y la corriente más poderosa de aquel tiempo llevaba el estandarte del águila romana. Hacia el siglo I antes de Cristo, las legiones, tras someter gran parte de la península, pusieron sus ojos en los últimos reductos de resistencia: las tierras del norte y noroeste. El choque debió ser formidable. Imaginen el estupor de los habitantes de Castromao al ver avanzar por los valles aquellas formaciones disciplinadas, aquel ejército profesional que había doblegado a medio mundo.

¿Fue una conquista brutal y sangrienta? ¿O acaso un proceso más gradual, una asimilación tensa pero inevitable? Las fuentes clásicas, como las de Plinio o Estrabón, nos hablan de la fiereza de los Gallaeci, de su apego a la libertad. Y la arqueología, esa ciencia paciente que lee en las cicatrices de la tierra, nos muestra evidencias de una transformación. Las estructuras defensivas se refuerzan en algunos casos, quizás como respuesta a la amenaza inminente. Aparecen nuevos materiales, cerámicas romanas (terra sigillata), monedas que hablan de un nuevo orden económico.

Testimonios bajo el polvo: La Tabula y el Guerrero

Y es aquí, entre los vestigios desenterrados con mimo por arqueólogos como el recordado Florentino López Cuevillas o Xesús Ferro Couselo, donde surgen piezas que nos hablan con una elocuencia especial. Quizás la más significativa sea la famosa Tabula de Castromao, una placa de bronce datada en el año 132 de nuestra era. ¿Qué nos dice este objeto extraordinario? Es un pacto de hospitalidad (hospitium) entre la civitas Coelernorum (la comunidad local de los Coelernos, a la que pertenecería Castromao) y un prefecto romano, Gneo Antonio Aquilo Novaugustano, jefe de la I Cohorte de los Celtíberos.

Deténgase un instante a reflexionar sobre esto. No es un decreto de rendición, sino un pacto entre partes, aunque una de ellas represente al poder imperial. Habla de derechos, de obligaciones mutuas, de una relación compleja que va más allá de la simple subyugación. Esta tabla es una ventana fascinante a la administración romana en la periferia del Imperio, pero también, y sobre todo, un testimonio del orgullo y la capacidad de negociación de las élites locales galaicas. Demuestra que, incluso bajo dominio romano, existía una estructura social indígena capaz de interactuar, de pactar, de mantener, quizás, una parte de su ser colectivo. La relevancia de este hallazgo es innegable, pues nos ofrece una de las pocas evidencias escritas directas emanadas de estas comunidades, matizando las narrativas puramente externas de los cronistas romanos.

Y junto a la Tabula, otro icono emerge de las entrañas de Castromao: la cabeza de una escultura de guerrero galaico. Un rostro de granito, severo, con ese característico torque al cuello, símbolo de estatus y valor. ¿Representa a un héroe local, a un antepasado venerado? ¿Es un eco de la resistencia pasada o una afirmación de identidad dentro del nuevo orden romano? Su mirada pétrea parece contener siglos de historia, la fiereza de un pueblo que, aunque integrado en el Imperio, no olvidaba sus raíces. Es un emblema poderoso, un centinela silencioso que nos recuerda la profunda conexión entre el arte, la guerra y la identidad en el mundo castrexo.

La vida transformada: Entre el castro y la villa

Con el paso del tiempo, la vida en Castromao se transforma. La presencia romana se consolida. Las antiguas cabañas circulares conviven ahora con edificaciones de planta rectangular, más acordes con los gustos y técnicas romanas. El comercio se intensifica, llegan productos de otras partes del Imperio. Castromao se integra en las redes viarias y administrativas romanas, probablemente dependiendo de centros mayores como el cercano Aquis Querquennis.

Pero, ¿significa esto la desaparición de la cultura castrexa? No tan rápido. La arqueología sugiere una fusión, una simbiosis. Las viejas tradiciones perduran, los rituales ancestrales quizás se adaptan o se practican en la intimidad del hogar. La lengua local, aunque desplazada por el latín en el ámbito oficial, seguramente sobrevivió durante mucho tiempo en el habla cotidiana. Los habitantes de Castromao, como tantos otros pueblos bajo el dominio de Roma, aprendieron a navegar en dos aguas, a ser ciudadanos del Imperio sin dejar de ser, en esencia, Gallaeci. La controversia entre los estudiosos a menudo reside en el ritmo y la profundidad de esta romanización: ¿fue un barniz superficial o una transformación radical desde los cimientos? La evidencia en Castromao sugiere una realidad compleja, llena de matices.

El silencio final y el legado eterno

Y entonces, como tantos otros asentamientos similares, Castromao comienza a declinar. Hacia los siglos III o IV de nuestra era, la vida en el castro parece languidecer. ¿Por qué? Las razones son objeto de debate. Quizás la creciente importancia de las villae en el llano, más cómodas y productivas; tal vez los cambios económicos y sociales que preludian la caída del Imperio Occidental; o puede que, simplemente, la gente buscara otros horizontes, nuevas formas de vida. El misterio de su abandono es el último capítulo escrito en sus piedras.

El viento vuelve a soplar entre las ruinas reconstruidas. El sol ilumina los cimientos de las casas, los restos de las murallas. Ya no hay bullicio, solo el eco lejano de miles de vidas que aquí se desarrollaron. Pero Castromao no ha muerto del todo. Sigue vivo en el paisaje, en la memoria colectiva de las gentes de Celanova, en el trabajo incansable de los arqueólogos que siguen arrancándole secretos a la tierra.

¿Qué nos enseña este lugar? Nos habla de la tenacidad humana, de la capacidad de adaptación, de la complejidad de los encuentros entre culturas. Nos recuerda que la historia no es un relato simple de vencedores y vencidos, sino un tapiz intrincado tejido con hilos de resistencia, asimilación, orgullo y supervivencia. Las piedras de Castromao no son solo ruinas; son un legado, un mensaje cifrado que nos invita a escuchar, a comprender, a sentir la profunda conexión que nos une con aquellos hombres y mujeres que, hace tantos siglos, miraron este mismo cielo y soñaron bajo estas mismas estrellas. Acérquese usted, camine por sus calles antiguas, toque sus muros… y quizás, solo quizás, pueda sentir por un instante el latido de su corazón ancestral. La historia, amigos míos, siempre aguarda, paciente, a ser redescubierta.

Imagen de cabecera: Dario Alvarez 

Etiquetas
Diseñado por: ACWebStudio