En tiempos donde la superstición dictaba verdades y la tradición se alzaba como un dogma incuestionable, hubo voces que desafiaron el conformismo. Entre ellas, la de Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) destacó con una claridad inusual en la España del siglo XVIII. Ourensano de nacimiento, este fraile benedictino no solo fue un pensador ilustrado, sino un verdadero faro de la crítica racionalista en una sociedad atrapada en el peso de sus propios prejuicios.
Feijoo fue, junto con valenciano Gregorio Mayans, uno de los precursores de la primera Ilustración en la española, un defensor del método empírico y un enemigo declarado del oscurantismo. Su vida transcurrió en los claustros monacales, pero su pensamiento traspasó sus muros, influyendo tanto en intelectuales como en el pueblo llano. Su obra, «Teatro crítico universal» y «Cartas eruditas y curiosas», son monumentos del pensamiento crítico español, y sus páginas están impregnadas de la voz de un hombre que quiso iluminar a su tiempo.
Sin embargo, su influencia en Ourense no es solo una anécdota biográfica. Es aquí donde se forjó el espíritu del Feijoo que después deslumbraría en Oviedo. Ourense, con sus monasterios, sus cátedras y su vida intelectual, fue el crisol donde este monje erudito templó su razón y aprendió a mirar el mundo con la perspectiva que marcaría su legado.
La Ourense en la que creció Feijoo era una ciudad marcada por la tensión entre la tradición medieval y los tímidos avances del pensamiento moderno. La impronta eclesiástica dominaba todos los aspectos de la vida social y cultural: la Catedral era el centro neurálgico de la urbe, y los monasterios —especialmente los benedictinos— ejercían una notable influencia en la educación.
En este contexto, el joven Feijoo ingresó en la orden benedictina en el Monasterio de San Esteban de Ribas de Sil, un enclave que, rodeado de bosques y silencio, parecía más propicio para la contemplación mística que para el análisis crítico. Sin embargo, la biblioteca del monasterio albergaba tesoros del conocimiento que habrían de despertar su curiosidad. Allí, entre códices y tratados, Feijoo comenzó a cuestionar el mundo que lo rodeaba.
No se puede entender a Feijoo sin Ourense, ni a Ourense sin su legado. Fue en su tierra natal donde germinó su espíritu inquisitivo, donde aprendió a interrogar los dogmas y a desconfiar de lo establecido. Su educación en los monasterios de la provincia fue el cimiento sobre el que más tarde construiría su pensamiento.
El gran combate intelectual de Feijoo fue contra la superstición. En una España donde la magia, los remedios populares sin base científica y los relatos fantásticos eran aceptados como verdades inapelables, él se propuso desmontarlos con el bisturí de la razón.
Uno de sus mayores logros fue aplicar el método empírico en su análisis de la realidad, inspirándose en la Revolución Científica que se desarrollaba en Europa. Mientras en París, Londres o Berlín los intelectuales abrazaban los avances de la ciencia, en España aún se miraban con recelo. Feijoo fue una de las primeras voces en defenderlos.
En sus escritos, desmontó creencias populares como la existencia de brujas, los efectos mágicos de ciertas piedras o las curaciones milagrosas sin base científica. Lo hizo con ironía y con paciencia, comprendiendo que el problema no era la ignorancia del pueblo, sino la falta de una educación adecuada.
En Ourense, este pensamiento no tardó en calar en los círculos ilustrados, sobre todo entre los intelectuales que veían en Feijoo un modelo a seguir. A través de sus escritos, su influencia se extendió por Galicia y más allá, ayudando a preparar el terreno para una modernización del pensamiento que, aunque tardía, acabaría llegando.
Si bien Feijoo pasó la mayor parte de su vida en el Monasterio de San Vicente en Oviedo, su obra tuvo un impacto duradero en Ourense. Su enfoque crítico influyó en generaciones posteriores de pensadores gallegos, desde los ilustrados hasta los liberales del siglo XIX.
En la actualidad, su legado se recuerda en Ourense con orgullo. La ciudad ha mantenido viva su memoria a través de la educación y la cultura, con instituciones que llevan su nombre y estudios que reivindican su figura. Su defensa del pensamiento racional sigue siendo un referente en una época donde el acceso a la información no siempre significa acceso al conocimiento.
Feijoo es una prueba de que la verdadera erudición no consiste en acumular saberes, sino en aprender a cuestionarlos. Como diría Francis Bacon, “el conocimiento es poder, pero solo cuando se utiliza con sabiduría”. Feijoo entendió esto antes que muchos, y su pensamiento sigue iluminando el camino de quienes buscan la verdad.
La historia de Feijoo es la historia de un hombre que se atrevió a pensar. En un tiempo donde la razón era sospechosa y la duda era un pecado, él hizo de ambas su bandera. Ourense fue el primer escenario de su aprendizaje, el lugar donde su intelecto comenzó a forjarse.
Hoy, su ejemplo sigue siendo necesario. En una época saturada de información pero escasa en pensamiento crítico, su legado nos recuerda la importancia de la razón frente a la superstición, del método frente a la creencia ciega.
En las piedras centenarias de Ourense, en sus monasterios y bibliotecas, aún resuenan las preguntas de Feijoo. Son preguntas que invitan a la reflexión, que nos obligan a mirar el mundo con nuevos ojos. Y es que, como él mismo escribió:
«No hay mayor error que aquel que se toma por verdad sin haber sido examinado.»