Santa Comba de Bande

Santa Comba de Bande: Un faro visigodo en la niebla del tiempo

16/04/2025
Redacción
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En un rincón sereno de la vieja Gallaecia, donde la tierra aún susurra leyendas y el agua termal murmura secretos ancestrales, se alza una iglesia que parece detenida en el tiempo. A orillas del río Limia, no lejos del antiguo campamento romano de Aquis Querquennis, Santa Comba de Bande se mantiene en pie como una joya humilde y majestuosa a la vez, testigo de un mundo que ya no existe, pero que aún nos habla desde la piedra.

No es un templo cualquiera, no. Es uno de los escasísimos y mejor conservados exponentes de la arquitectura visigoda en toda la Península Ibérica, un testigo pétreo de una época turbulenta, a menudo envuelta en las sombras de la historia, pero vibrante y crucial para entender lo que somos. ¿Se ha preguntado alguna vez cómo sería caminar por un espacio sagrado concebido hace más de trece siglos, bajo el reinado de aquellos monarcas godos que unificaron Hispania? Santa Comba nos ofrece esa posibilidad casi milagrosa.

Ecos de Roma y brumas bárbaras

Retrocedamos en el tiempo. La Gallaecia romana, con sus calzadas, sus puentes y sus explotaciones mineras, ya conocía bien esta zona. Las aguas termales de Bande eran apreciadas, y la presencia militar en Aquis Querquennis evidencia la importancia estratégica del lugar. Pero el Imperio, como un coloso fatigado, comenzaba a resquebrajarse. Por los Pirineos irrumpían pueblos que los romanos llamaron, con una mezcla de temor y desdén, bárbaros. Suevos, vándalos, alanos… y finalmente, los visigodos.

Fueron los suevos quienes primero establecieron un reino en Gallaecia, uno de los primeros reinos independientes sobre suelo del Imperio Romano de Occidente. Un reino que luchó por su identidad, abrazando primero el paganismo, luego el arrianismo y finalmente el catolicismo niceno. Pero la marea visigoda, más poderosa, acabaría por absorberlos en el siglo VI, bajo el reinado de Leovigildo. Hispania se encaminaba hacia una unidad política y religiosa bajo el cetro de Toledo.

Es en este crisol de culturas, en esta Hispania visigoda ya firmemente católica tras la conversión de Recaredo en el III Concilio de Toledo (589), donde debemos situar el nacimiento de Santa Comba. Las fuentes documentales son parcas, como suele ocurrir con estas edades remotas, pero la arqueología y el análisis estilístico nos hablan con claridad meridiana. Estamos, muy probablemente, a mediados del siglo VII, quizás bajo el reinado de Recesvinto, un monarca conocido por su código legal, el Liber Iudiciorum, y por impulsar otras construcciones notables como San Juan de Baños en Palencia.

La arquitectura del espíritu visigodo

Acerquémonos, con el respeto debido a su venerable antigüedad, a la estructura misma del templo. Lo primero que llama la atención es su planta de cruz griega, algo no tan común en la arquitectura hispanovisigoda, que solía preferir la planta basilical. Esta disposición, con cuatro brazos de longitud similar en torno a un crucero central, le confiere una armonía y un equilibrio singulares. ¿Quizás una influencia bizantina llegada a través de rutas comerciales o contactos eclesiásticos? No podemos descartarlo.

El material constructivo es el granito local, trabajado en sillares de notable regularidad, testimonio de la pericia de aquellos canteros anónimos. Imaginen ustedes el esfuerzo, la dedicación, la fe que impulsaba esas manos a levantar piedra sobre piedra, en un rincón apartado del reino, para gloria de Dios y de su santa mártir, Comba.

Y entonces, los detalles que nos gritan «¡Visigodo!». El arco de herradura, tan característico, pero no el califal, más cerrado, sino el visigodo, más abierto, prolongado en sus salmeres. Lo encontramos triunfal en el arco que da acceso al ábside y en las ventanas, pequeñas, diseñadas más para filtrar una luz mística que para inundar el espacio. La cubierta original, hoy parcialmente restaurada, combinaba bóvedas de cañón en los brazos de la cruz y una cúpula o bóveda de arista sobre el crucero central, una solución audaz para la época.

Dentro, la sensación es de austeridad y recogimiento. No hay grandes alardes decorativos, salvo algunos capiteles de sabor tardorromano o bizantino y frisos con motivos geométricos y vegetales muy estilizados, como la clásica decoración de soga o los tallos ondulantes. Es una belleza sobria, esencial, que invita a la introspección. Tal vez usted recuerde esa atmósfera única que se respira en otros templos contemporáneos como San Pedro de la Nave o Quintanilla de las Viñas. Hay un aire de familia, una sensibilidad compartida.

¿Un monasterio perdido? ¿Un mausoleo?

Una de las grandes preguntas que rodean a Santa Comba es su función original. ¿Fue una simple iglesia parroquial? ¿La capilla de una villa cercana? Muchos estudiosos se inclinan a pensar que formó parte de un complejo monástico hoy desaparecido. La propia estructura, con esa planta de cruz griega y su cuidada factura, sugiere algo más que una modesta iglesia rural. El monacato tuvo una enorme importancia en la Hispania visigoda, como centro de cultura, oración y también de poder terrenal. Pensemos en figuras como San Fructuoso de Braga, cuyo monasterio de Montelios guarda ciertas similitudes formales con Santa Comba.

Otra hipótesis fascinante, aunque menos probable para la mayoría de expertos hoy en día, es que pudiera haber tenido una función funeraria, quizás como mausoleo para alguna figura relevante, eclesiástica o noble. La planta centralizada a veces se asocia a este tipo de construcciones martiriales o sepulcrales en la tradición paleocristiana. Sin embargo, la falta de hallazgos arqueológicos concluyentes en este sentido deja la cuestión abierta. La relevancia de ciertos descubrimientos, o la ausencia de ellos, ancla nuestras interpretaciones, pero siempre deja espacio para el matiz, para la pregunta que espera respuesta.

Santa Comba: ¿Quién fue la santa?

Y, por supuesto, el nombre: Santa Comba. O Santa Columba, en latín. Pero, ¿a qué Comba se refiere? La tradición cristiana venera a varias santas con este nombre. Las dos candidatas más probables son Santa Columba de Sens, una virgen gala martirizada supuestamente bajo el emperador Aureliano en el siglo III, cuyas reliquias gozaron de gran devoción en la Francia merovingia y pudieron llegar a Hispania; y Santa Columba de Córdoba, una monja mozárabe martirizada durante la persecución de Abderramán II en el siglo IX.

Si la iglesia es del siglo VII, la advocación original debería referirse a la santa de Sens. Sin embargo, la devoción a los mártires cordobeses fue muy intensa en los reinos cristianos del norte durante la Reconquista. ¿Es posible que hubiera un cambio de advocación posterior, o una confusión entre ambas figuras? Es otro de los pequeños enigmas que envuelven al templo. Lo que sí parece claro es la fuerte veneración local hacia la santa, protectora contra las tormentas y el meigallo, un eco quizás de antiguas creencias paganas cristianizadas en torno a lugares de poder natural, como las fuentes termales cercanas. ¿No es fascinante cómo las capas de historia y creencia se superponen en un mismo lugar?

Supervivencia a través de los siglos

Y entonces llegó el año 711. La invasión musulmana cambió para siempre el destino de Hispania. El reino visigodo se desmoronó. ¿Qué fue de Santa Comba de Bande durante aquellos años convulsos? La zona de Galicia, aunque afectada por incursiones y períodos de dominio musulmán, fue una de las primeras en ser incorporadas a los núcleos de resistencia cristianos que darían lugar al Reino de Asturias y León.

Es probable que Santa Comba, por su relativo aislamiento, sobreviviera a la destrucción inicial. Quizás su comunidad monástica se dispersó, o quizás continuó su labor en condiciones precarias. Lo cierto es que el templo perduró. Atravesó los siglos de la Reconquista, vio nacer el Reino de Portugal al otro lado del río Limia, y continuó sirviendo como lugar de culto para las gentes de Bande, adaptándose a los nuevos tiempos, sufriendo añadidos y reformas que, afortunadamente, no destruyeron su esencia visigoda.

Fue en el siglo XX cuando eruditos y amantes del patrimonio, como Manuel Gómez-Moreno, reconocieron su valor excepcional. Comenzaron entonces las labores de restauración, eliminando añadidos posteriores y devolviendo al templo, en la medida de lo posible, su fisonomía original. Hoy, declarada Monumento Nacional, Santa Comba de Bande se nos presenta como un libro de historia abierto, una ventana privilegiada a un pasado remoto y esencial.

Santa Comba de Bande: Mucho más que un legado de la piedra y la fe

Al contemplar Santa Comba, uno no puede evitar sentir el peso y la levedad del tiempo. El peso de trece siglos grabados en sus sillares de granito, testigos de guerras, plegarias, esperanzas y olvidos. Y la levedad de la fe que la inspiró, una fe que buscaba trascender lo terrenal y conectar con lo divino a través de la armonía de las formas y la penumbra sagrada.

Esta pequeña iglesia, es mucho más que un hito arquitectónico. Es un símbolo de resiliencia, la de una cultura, la hispanovisigoda, que sentó las bases de nuestra identidad medieval. Por otra parte, también es un faro que ilumina una época a menudo mal llamada «oscura», revelándonos su complejidad, su espiritualidad y su capacidad creadora. Asimismo, es también, un recordatorio de que incluso en los lugares más apartados, el espíritu humano es capaz de levantar obras que dialogan con la eternidad.

Acerqúese usted, si puede, a Bande. Deje que la bruma del Limia le envuelva y camine hacia Santa Comba. Cruce su umbral y sienta la caricia fría de la piedra antigua. Escuche el silencio preñado de historias, el eco de las laudes monacales, el murmullo de incontables plegarias. Tal vez entonces comprenda, no solo con la razón, sino con el corazón, por qué lugares como este son tesoros irrenunciables, anclas en el océano del tiempo, faros que nos guían hacia la comprensión de nuestro propio y misterioso pasado. La historia, créanme, nunca deja de susurrarnos sus secretos si estamos dispuestos a escuchar.

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